Sin emociones no hay aprendizaje

Durante toda nuestra existencia aprendemos infinidad de cosas. Con el paso del tiempo solo algunas perdurarán en nuestros recuerdos.  La emocionalidad es la principal responsable de que esto suceda. Los aprendizajes generados en la vida cotidiana o dentro de un lugar de formación, que se encuentran asociados a sentimientos -ya sean positivos (como la alegría o el orgullo) o negativos (como el miedo o la tristeza)- son los que permanecerán en nuestra memoria. Sin emociones no es posible el aprendizaje.

Si te pregunto qué estabas haciendo el día del atentado de las Torres Gemelas, me podrás dar detalles increíbles de donde estabas, qué hacías, hasta podrías recordar movimientos que hiciste en el momento de la noticia. Sin embargo si te pregunto que hiciste el 11 de septiembre pasado, no tendrá tu cerebro forma de darme detalles. Excepto que en tu vida haya ocurrido algo especial este 11 de septiembre pasado.  Sin emociones no hay recuerdos potentes.

 

 

Se recuerda y se aprende más cuando estamos en relación con otros

Si no eres de los que se emocionan con el pensamiento o con las ideas que produce tu cerebro, como es mi caso, leer o escuchar información no dará lugar a un aprendizaje profundo.  Si no estás trabajando en un área que te llene de entusiasmo, la información que recibas del entorno (lectura, conversación, o reunión por ZOOM),  desaparecerá. Y no digamos lo que hace tu cerebro con los miles de mensajes (vía email o whatsapp) que recibes….irán directamente a la basurera del olvido.

Read Montague, científico cognitivo afirma que «estamos muy interesados en interactuar con otros».  A partir de un estudio con Resonancia Magnética Funcional en más de 5.000 cerebros, concluye que los recuerdos que más se fijaban son aquellos relacionados con el juego, con la interacción. La interacción con «otros» y «otras» despierta las emociones.  Y sin emociones no hay aprendizaje.

La diferencia entre ser oyente o estar presente

Estar presente es un presente.  Estar presente es un presente (un regalo) para tí y para el otro, para la otra. Estar presente es el presente (el ahora).

La Neurobióloga Mara Dierssen nos habla de que la memoria semántica (la que utilizamos para opositar) requiere más esfuerzo y repeticiones que la episódica. La episódica es la que ha sido vivida con interacción, con emociones.  La memoria resultado de «vivir» (padecer, del griego atravesar) permite aprender la información, recordarla e incorporarla como conocimiento de largo plazo. “La biología te da un cerebro, la vida lo convierte en una mente”.

He tenido la fortuna de poder asistir, como aficionado al tenis a Roland Garros.  Recuerdo alguno de esos partidos con mucho más detalle que aquellos que he visto en la TV.  Igualmente como músico aficionado, recuerdo con más intensidad los conciertos con orquestas en directo, que el mismo concierto escuchado muchas veces en lo  cotidiano. Cuando alguien saca un instrumento nos atrapa la música.  Lo mismo no siempre sucede con la radio o el Spotify. Estar presente y con otros, profundiza el aprendizaje.

Las formaciones on-line caen en el vacío sino existe antes una base sólida de aprendizaje grupal presencial. Lo presencial (estar presente) genera curiosidad y entusiasmo por nuevas áreas de conocimiento. Genera autoestima o frustración al encarar situaciones que antes no habíamos enfrentado. Por este motivo el teatro nunca desaparecerá como atracción en el ser humano. Sobre una formación presencial podemos construir a través de lo virtual.  De lo contrario sería como dicen los ingleses:  «Spray and pray». Que en mi traducción al castellano sería: «Rociar y rezar».  Rezar que logremos algo con los recursos invertidos en la formación del talento de nuestra organización.

La formación presencial, como el teatro, como Roland Garros, como ir al Auditorio Nacional genera una base para que mi interés por el tenis, por la música, por las historia de y con otros siga creciendo.